19/07/2016
Con la tarjeta atiborrada de puffin, hacemos la pequeña travesía que nos deposita en la isla de los charránes.
Mayoritariamente árticos, esta isla es una algarabía. El estridente griterío de los charranes se extiende por toda la isla.
Sin ningún temor hacia los turistas, no dudan en situar el nido entre las tablas de las pasarelas, defendiéndolo de los intrusos mediante pasadas a gran velocidad. Por ello, una recomendación al entrar en la isla, es la de llevar la cabeza cubierta con un gorro.Creo que más de alguno, deseó y vio cumplido su deseo, cuando un charrán le sobrevoló la cabeza.
La tarde fue desplazando el sol de lugar, y la luz se volvió más dura. Las sombras se aferraban a los detalles y ha sido preciso un aclarado para apreciar las formas.
Al igual que los frailecillos, su gran número hacía difícil mantener la atención en una ave. Mi cámara se desplazaba como un péndulo, incapaz de mantener fijo un único objeto.
Ya en el barco, con la tarjeta llena y las baterías agotadas, nos relajamos. Apretujados recorremos la escasa distancia que nos separa del puerto.
Otro día más de pajareo intenso.
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