16/11/2017
Veo el rebaño mientras desciendo por la arista. Es un buen grupo, de unos cuarenta ejemplares, formado por hembras, crías y machos jóvenes. Pero antes de que consiga acercarme lo suficiente, el grupo comienza a correr hasta situarse bajo las paredes de un cortado.
Mi silueta recortada sobre la arista los ha podido asustar. Por ello, decido cambiar de ladera y acercarme por la contraria. Y lo hago con sigilo, medio reptando hasta el borde de las rocas como los viejos cazadores del siglo pasado (*).
La táctica da su fruto. Las cabras están a escasos metros. Me miran sorprendidas, con cara de susto o de estar alertas. Oigo un silbido y el golpear de sus pezuñas contra la roca, el sonido de alerta que pone en tensión a todos los integrantes del rebaño. No me muevo, permanezco quieto unos minutos hasta ver como las cabras se van relajando y continúan alimentándose. Cuando algunas vuelven a tumbarse, sigo reptando hacia ellas. Y es cuando veo aparecer por un cortado un grupo de grandes machos con pelaje negro.
Los machos están excitados. Realizan sus posturas ceremoniales de cortejo: echando los cuernos hacia atrás, levantando el hocico, sacando la lengua, avanzando hacia las hembras a la vez que olisqueándolas y siguiéndolas con paciencia.
Noto que las cabras se han olvidado de mi, e intento captar con mi cámara los movimientos de su cortejo.
Durante la mayor parte del año las hembras forman rebaños con las crías y algunos machos jóvenes, mientras que los machos adultos (y algunos jóvenes) lo hacen por otro lado. Solo cuando las horas de luz se acortan y se presiente el invierno, los machos adultos entran a formar parte del grupo de hembras.
Los primeros en encelarse serán los machos más jóvenes. No cunde en ellos el desanimo y van insistiendo entre las hembras, que los rechazan con sus cuernos.
Un joven macho aparece en escena. Echa sus cuernos hacia atrás y enseña su lengua a las hembras. Cuando se gira, veo que el pelaje de la cara de su costado derecho aparece deslucido y pienso que puede tener sarna, pero me fijo más y me doy cuenta que lo que tiene son las manchas de sangre de un corte que presenta en la ceja. Tal vez como resultado de una pelea con otro macho.
Continuo haciendo fotos y mirando a las cabras y me doy cuenta que estoy rodeado por ellas. Las cabras han comenzado a moverse por los riscos que hay sobre mi y temo una posible caída de piedras.
De carácter rupícola, la cabra montés se adapta a las zonas más agrestes. Aristas, pedreros de altura es su habitad, donde andan con sorprendente soltura. Estas zonas solo las abandonaran cuando la nieve las obligue a descender a cotas más bajas.
Gran dimorfismo entre machos y hembras. Los machos llegan a alcanzar los 80-120 kilos de peso, mientras que las hembras solo alcanzan la mitad. Otra diferencia es la cornamenta, de pequeño tamaño en las hembras y la perilla que solo lucen los machos.
Tener cerca a un macho montés impresiona. Sobre todo cuando rechazado por una hembra levanta la cabeza y se percata de tu presencia. En ese momento fija su mirada en tu persona y crees que en cualquier momento te embestirá. Pero el olor de las hembras prevalece y al momento el macho insiste ante otra hembra.
Amplias zonas de matorral y extensos bosques mixtos en las laderas soleadas, junto a grandes desniveles producido en muy poco espacio, lo que genera pendientes muy elevadas (como ejemplo citar que entre Tejedo de Ancares 981mts y la cima del Cuiña 1992mts solo hay 5,6 kilómetros en linea recta) es el medio idóneo para este bóvidos del género Capra.
De las cuatro subespecies descritas por Cabrera (**) en 1911, actualmente solo sobreviven dos; Capra pyrenaica hispanica, que ocupa el Este de la Península y Capra pyrenaica victoriae, asentada en el Oeste. La Capra pyrenaica lusitanica que ocupaba la Sierra de Gerês en Portugal y algunas montañas gallegas, se extinguió a finales del siglo XIX, mientras que la Capra pyrenaica pyrenaica, que vivía en el Pirineo, lo hizo a principios del XXI (el último ejemplar, ya abocado al exterminio, murió al caerle un árbol en el 2000).
Que la cabra montés recorrió los altos de la Cordillera Cantábrica es una realidad. En Asturias, en la Caverna de la Peña de Candamo, se encontraron a principios del siglo XX grabados esquemáticos, uno de ellos, de una cabeza de cabra montés perteneciente al Paleolítico Superior.
También lo es, que la ultima cabra montés existente en León se cazo en el verano de 1857 y en la Cordillera Cantábrica en 1858, en el concejo de Cabrales.
Desde su extinción, ha habido varios intentos de reintroducción fallidos con ejemplares procedentes de Gredos. En 1980 se plantea la reintroducción de la cabra montés en la Reserva Regional de Caza de Riaño donde se liberaron 30 individuos (15 hembras y 15 machos) de Capra pyrenaica victoriae procedentes de las Batuecas (Salamanca). Posteriormente este núcleo fue reforzado con ejemplares procedentes de Gredos y pertenecientes a la misma subespecie. En esta ocasión la reintroducción prosperó, existiendo una población de varios cientos de cabras.
En Ancares, entre los años 1999 y 2001 se procedió a la suelta de 39 ejemplares procedentes de la población ya existente en Riaño. Los primeros nueve ejemplares durante la primavera de 1.999.
Actualmente la cabra montés en Ancares se considera una población estable con una tasa de incremento anual de la población en torno al 20%.
El relieve de Ancares está constituido por un eje montañoso principal (de unos 30 kilómetros de longitud), donde se colocan las mayores alturas (Pena Rubia, Tres Bispos, Penedois, Corno Maldito, Mostallar, Penalonga, Cuiña y Miravalles), y profundos valles trasversales. Los cortados de sus cimas, difícilmente accesibles, se muestran como un perfecto habitad para esta especie.
Las cabras se han ido desplazando, los ejemplares de más edad (los de pelo negro) siguiendo con perseverancia detrás de una misma cabra (señal que ya entró en celo), y los jóvenes jugueteando alrededor de las hembras. Hace un buen rato que no me muevo, tengo las piernas entumecidas y el culo empapado por la humedad. Aún así, espero a que las cabras se hayan alejado lo suficiente antes de levantarme y remontar la pendiente hacia la arista.
Una jornada para el recuerdo. Igualable a aquellas pasadas en las lagunas de Gallocanta, en los acantilados de Bempton Cliffs, o en Skomer. Días con un contacto tremendo con la naturaleza, con animales salvajes que te rodean mientras hacen sus vida, que te dejan un buen sabor de boca.
Y donde das rienda suelta al disparador de tu cámara que llenas con gigas y gigas tu tarjeta, que más tarde tienes que procesar y discernir cual has de tirar y con cual has de quedarte.
(*)El cazador español caza este rumiante con escopeta al acecho. Calzado con sus alpargatas, las cuales le periten transitar con seguridad por sitios donde no hubiera podido pasar el montañés de los Alpes con sus zapatos de suela claveteada, sube a menudo por los ásperos y angostos senderos hacia los picos de la montaña, trata de llegar a cierta altura para ponerse al viento de la cabra, arrastrase a gatas hasta el borde de las rocas, echase aquí luego y después de haberse quitado el sombrero dirige una mirada al fondo del terrible e insondable abismo. Si no alcanza a ver ninguna pieza, emite el estridente silbido de la cabra, para atraerla en el caso de estar oculta. Cuando el cazador está bien escondido, no pocas veces consigue con el mismo silbido que un macho aislado se le aproxime a unos veinte pasos, y aún a menor distancia, desde la cual apunta por mucho tiempo y con sumo cuidado al animal que se le presenta. Para una caza de tal naturaleza se necesitan los potentes pulmones y piernas de un serrano del país; es sumamente penosa para los cazadores que no tienen el temple de éstos.
(**)Ángel Cabrera y Latorre fue un zoólogo y paleontólogo español emigrado a Argentina y nacionalizado argentino en 1925, dedicado a la taxonomía de los mamíferos aportando importantes avances, principalmente en España, Marruecos y Argentina.
Una muestra de las fotos realizadas. Son muchas, demasiadas, pero se que si no las pongo en el blog, se apolillarán en el disco duro y nunca las volveré a ver.
Las fotos en Google foto:
Retratos
El joven macho con aspecto de tener sarna y que resultó ser un corte en la ceja. Posiblemente de algún encontronazo con otro macho.
Mi silueta recortada sobre la arista los ha podido asustar. Por ello, decido cambiar de ladera y acercarme por la contraria. Y lo hago con sigilo, medio reptando hasta el borde de las rocas como los viejos cazadores del siglo pasado (*).
La táctica da su fruto. Las cabras están a escasos metros. Me miran sorprendidas, con cara de susto o de estar alertas. Oigo un silbido y el golpear de sus pezuñas contra la roca, el sonido de alerta que pone en tensión a todos los integrantes del rebaño. No me muevo, permanezco quieto unos minutos hasta ver como las cabras se van relajando y continúan alimentándose. Cuando algunas vuelven a tumbarse, sigo reptando hacia ellas. Y es cuando veo aparecer por un cortado un grupo de grandes machos con pelaje negro.
Los machos están excitados. Realizan sus posturas ceremoniales de cortejo: echando los cuernos hacia atrás, levantando el hocico, sacando la lengua, avanzando hacia las hembras a la vez que olisqueándolas y siguiéndolas con paciencia.
Noto que las cabras se han olvidado de mi, e intento captar con mi cámara los movimientos de su cortejo.
Durante la mayor parte del año las hembras forman rebaños con las crías y algunos machos jóvenes, mientras que los machos adultos (y algunos jóvenes) lo hacen por otro lado. Solo cuando las horas de luz se acortan y se presiente el invierno, los machos adultos entran a formar parte del grupo de hembras.
Los primeros en encelarse serán los machos más jóvenes. No cunde en ellos el desanimo y van insistiendo entre las hembras, que los rechazan con sus cuernos.
Un joven macho aparece en escena. Echa sus cuernos hacia atrás y enseña su lengua a las hembras. Cuando se gira, veo que el pelaje de la cara de su costado derecho aparece deslucido y pienso que puede tener sarna, pero me fijo más y me doy cuenta que lo que tiene son las manchas de sangre de un corte que presenta en la ceja. Tal vez como resultado de una pelea con otro macho.
Continuo haciendo fotos y mirando a las cabras y me doy cuenta que estoy rodeado por ellas. Las cabras han comenzado a moverse por los riscos que hay sobre mi y temo una posible caída de piedras.
De carácter rupícola, la cabra montés se adapta a las zonas más agrestes. Aristas, pedreros de altura es su habitad, donde andan con sorprendente soltura. Estas zonas solo las abandonaran cuando la nieve las obligue a descender a cotas más bajas.
Gran dimorfismo entre machos y hembras. Los machos llegan a alcanzar los 80-120 kilos de peso, mientras que las hembras solo alcanzan la mitad. Otra diferencia es la cornamenta, de pequeño tamaño en las hembras y la perilla que solo lucen los machos.
Tener cerca a un macho montés impresiona. Sobre todo cuando rechazado por una hembra levanta la cabeza y se percata de tu presencia. En ese momento fija su mirada en tu persona y crees que en cualquier momento te embestirá. Pero el olor de las hembras prevalece y al momento el macho insiste ante otra hembra.
Amplias zonas de matorral y extensos bosques mixtos en las laderas soleadas, junto a grandes desniveles producido en muy poco espacio, lo que genera pendientes muy elevadas (como ejemplo citar que entre Tejedo de Ancares 981mts y la cima del Cuiña 1992mts solo hay 5,6 kilómetros en linea recta) es el medio idóneo para este bóvidos del género Capra.
De las cuatro subespecies descritas por Cabrera (**) en 1911, actualmente solo sobreviven dos; Capra pyrenaica hispanica, que ocupa el Este de la Península y Capra pyrenaica victoriae, asentada en el Oeste. La Capra pyrenaica lusitanica que ocupaba la Sierra de Gerês en Portugal y algunas montañas gallegas, se extinguió a finales del siglo XIX, mientras que la Capra pyrenaica pyrenaica, que vivía en el Pirineo, lo hizo a principios del XXI (el último ejemplar, ya abocado al exterminio, murió al caerle un árbol en el 2000).
Que la cabra montés recorrió los altos de la Cordillera Cantábrica es una realidad. En Asturias, en la Caverna de la Peña de Candamo, se encontraron a principios del siglo XX grabados esquemáticos, uno de ellos, de una cabeza de cabra montés perteneciente al Paleolítico Superior.
También lo es, que la ultima cabra montés existente en León se cazo en el verano de 1857 y en la Cordillera Cantábrica en 1858, en el concejo de Cabrales.
Desde su extinción, ha habido varios intentos de reintroducción fallidos con ejemplares procedentes de Gredos. En 1980 se plantea la reintroducción de la cabra montés en la Reserva Regional de Caza de Riaño donde se liberaron 30 individuos (15 hembras y 15 machos) de Capra pyrenaica victoriae procedentes de las Batuecas (Salamanca). Posteriormente este núcleo fue reforzado con ejemplares procedentes de Gredos y pertenecientes a la misma subespecie. En esta ocasión la reintroducción prosperó, existiendo una población de varios cientos de cabras.
En Ancares, entre los años 1999 y 2001 se procedió a la suelta de 39 ejemplares procedentes de la población ya existente en Riaño. Los primeros nueve ejemplares durante la primavera de 1.999.
Actualmente la cabra montés en Ancares se considera una población estable con una tasa de incremento anual de la población en torno al 20%.
El relieve de Ancares está constituido por un eje montañoso principal (de unos 30 kilómetros de longitud), donde se colocan las mayores alturas (Pena Rubia, Tres Bispos, Penedois, Corno Maldito, Mostallar, Penalonga, Cuiña y Miravalles), y profundos valles trasversales. Los cortados de sus cimas, difícilmente accesibles, se muestran como un perfecto habitad para esta especie.
Las cabras se han ido desplazando, los ejemplares de más edad (los de pelo negro) siguiendo con perseverancia detrás de una misma cabra (señal que ya entró en celo), y los jóvenes jugueteando alrededor de las hembras. Hace un buen rato que no me muevo, tengo las piernas entumecidas y el culo empapado por la humedad. Aún así, espero a que las cabras se hayan alejado lo suficiente antes de levantarme y remontar la pendiente hacia la arista.
Una jornada para el recuerdo. Igualable a aquellas pasadas en las lagunas de Gallocanta, en los acantilados de Bempton Cliffs, o en Skomer. Días con un contacto tremendo con la naturaleza, con animales salvajes que te rodean mientras hacen sus vida, que te dejan un buen sabor de boca.
Y donde das rienda suelta al disparador de tu cámara que llenas con gigas y gigas tu tarjeta, que más tarde tienes que procesar y discernir cual has de tirar y con cual has de quedarte.
(*)El cazador español caza este rumiante con escopeta al acecho. Calzado con sus alpargatas, las cuales le periten transitar con seguridad por sitios donde no hubiera podido pasar el montañés de los Alpes con sus zapatos de suela claveteada, sube a menudo por los ásperos y angostos senderos hacia los picos de la montaña, trata de llegar a cierta altura para ponerse al viento de la cabra, arrastrase a gatas hasta el borde de las rocas, echase aquí luego y después de haberse quitado el sombrero dirige una mirada al fondo del terrible e insondable abismo. Si no alcanza a ver ninguna pieza, emite el estridente silbido de la cabra, para atraerla en el caso de estar oculta. Cuando el cazador está bien escondido, no pocas veces consigue con el mismo silbido que un macho aislado se le aproxime a unos veinte pasos, y aún a menor distancia, desde la cual apunta por mucho tiempo y con sumo cuidado al animal que se le presenta. Para una caza de tal naturaleza se necesitan los potentes pulmones y piernas de un serrano del país; es sumamente penosa para los cazadores que no tienen el temple de éstos.
Altos Vuelos (Algonso de Urquijo)
(**)Ángel Cabrera y Latorre fue un zoólogo y paleontólogo español emigrado a Argentina y nacionalizado argentino en 1925, dedicado a la taxonomía de los mamíferos aportando importantes avances, principalmente en España, Marruecos y Argentina.
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Una muestra de las fotos realizadas. Son muchas, demasiadas, pero se que si no las pongo en el blog, se apolillarán en el disco duro y nunca las volveré a ver.
Las fotos en Google foto:
Retratos
El joven macho con aspecto de tener sarna y que resultó ser un corte en la ceja. Posiblemente de algún encontronazo con otro macho.
Magnífico reportaje! Me encantan los retratos.
ResponderEliminarGracias por compartir esos momentos monteses con todos.
Momentos monteses, suena bien.
EliminarGracias por comentar.
Pues anda que no tiraste fotos, ni nada, Pepe. Muy buenas tomas. Seguro que fue una gran jornada, pese al culo empapado.
ResponderEliminarSaludos
Unas cuantas tire.
EliminarEs uno de esos días que acabas con una amplia sonrisa.
Saludos Javier.
FOTACAS!!!tendré que hacercarme a ver si tengo tanta serte como tú y disfrutarlas tan cerca.
ResponderEliminarcon que cámara las hiciste?
Un saludo
Lo hice con la Nikon. Una nueva que la otra ya se rompió.
EliminarSi piensas ir llámame y te comento algo.
Saludos José Alberto.
Muy buenas, no se consigue todos los días fotos de esa calidad,saludos!!
ResponderEliminarGracias por el comentario.
EliminarSaludos.