Peña Redonda y el collado Palmián desde las proximidades del collado Caniecha |
Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.
Baudelaire
30/10/2020
Deseábamos alargar la temporada estival y aprovechamos esta luminosa y radiante mañana otoñal para acercarnos hasta el puerto de Vegarada.
Hacía tiempo que no veníamos por Vegarada, pero cuando aparcamos en la explanada del refugio, vemos que el tiempo sigue estancado en la reconstrucción de este edificio.
Comenzamos un caminar relajado, en ligero descenso, contemplando bajo nuestros pies el hayedo y las cabañas de Carbayalín y con la imagen al frente de Peña Redonda que impondrá su silueta durante toda la jornada.
Con Vega la Reina a nuestra derecha, nuestro camino continua para meterse en un pasillo de acebos. La pista que une el puerto Vegarada con el collado Caniecha parece diseñada desde algún despacho con regla y tiralíneas, sin atender si su trazado era a través de un bosque de acebos y llevaba consigo la tala de un montón de ejemplares.
Un pasillo que nos acerca hasta el paraje del Acebal, donde un cercado cierra unos pastos y un par de cabañas y donde nuestro camino comienza su ascenso hacia el collado Caniecha.
Poco ganado queda en los puertos, mientras la Cabritera, la montaña que protege estos pastos de altura, espera ya las primeras nevadas.
Los vecinos previsores de la majada de Caniecha no quieren líos con la nieve y ya han cerrado sus cabañas y bajado a los valles.
Un último repecho nos acerca al collado Palmián, para mí, uno de los rincones más vistosos de la montaña Asturiana.
La pequeña elevación frente al collado sirve de mirador; de Peña Redonda y su larga arista rocosa que se desploma paralela al valle de Fondil hacia las Hoces del Río Pino, de los Picos Pandos al frente y a la derecha el valle de Valmartín, que sin interrupción asciende hasta las majadas de Caniecha.
Sentados sobre ese pináculo, tenemos la posibilidad de emborracharnos de espacio, luz y silencio y hasta olvidarnos del virus.
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