4/04/2018
Una parte de mi vida (la más reciente) aparece duplicada y guardada en mi ordenador y en la nube de Piscasa. Para colarse a ella es preciso entrar al ordenador o tener la clave de acceso de mi cuenta personal. En ambos casos, las fotos (y con ellas los recuerdos) se encuentran perfectamente ordenadas en carpetas o álbumes fácilmente localizables.
Luego está mi otra memoria. La situada dentro de mi cabeza, donde navegan recuerdos difusos, almacenados sin orden ni concierto, junto con ideas, pensamientos y otras mandangas. Recuperarlos (los recuerdos) no es fácil. Perderlos, sin necesidad de pulsar una tecla tipo DELETE o Supr, si lo es.
Pero un día cualquiera, esos datos que pululan por nuestro cabeza, afloran a la superficie estimulados por una imagen bañada por una luz distinta, por un olor especial (o no tan especial, pero si exclusivo), o por cualquier cartel o anuncio entrevisto en la calle o en la televisión.
Y de esos estímulos surgen aquellas imágenes olvidadas, aquellos nombres que ya no recordábamos, o aquellos deseos que se cubrieron de polvo y que fueron un parte importante de nuestra vida.
El prominente pico de la malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala) y su larga cola, me retrotrae a aquellos días pasados en el Sur: jornadas de pajareo intenso, de largos días expuestos a una luz refulgente y a aquellas puestas de sol breves, donde intentábamos apurar los últimos minutos.
El estímulo surgió al nombrar las malvasías (para rememorar aquellas que pudimos observar por las lagunas de Tarelo). Más, ha sido necesario recurrir al disco duro para tener un recuerdo preciso de aquellos momentos ya olvidados, reseteados, empolvados, que la informática en forma de ceros y unos, tan bien ayuda a revivir.
En Navaseca esperaba poder hacer fotos a las malvasías con sus azulados picos propios de un plumaje nupcial. Por ello recorrimos cada uno de los observatorios en busca de aquel que nos aportara cercanía y luz adecuada. Desechando los alejados y los las aves se observaban a contraluz, nos centramos en el que se encuentra en la carretera que corta la laguna en dos.
Pero las malvasías preferían la pequeña ensenada de la derecha, agolpándose entre los carrizos.
Hasta que un macho con su espectacular pico de color azul brillante decidió aproximarse a los pies del observatorio.
Por fin!!!! las fotos de la malvasía.
Ahora ya solo resta archivarlas en los distintos discos duros, para que en fechas venideras, pueda traer a la memoria aquellas jornadas.
-Pero son un número excesivo?
-Tu crees?
Vaya maravilla de fotografías. ¡Qué calidad! Es una ave preciosa. Enhorabuena.
ResponderEliminarA mi también me lo parece.
EliminarGracias por el comentario.
Un saludo José