Hace tiempo, el arte era distinto y la gente también.
Los caminantes peregrinos conocían la interpretación de los secretos que los maestros canteros tallaban en la piedra.
La piedra se alió con el simbolísmo para trasmitir los conocimientos precisos para alcanzar pautas de luz, de sabiduría, de conocimiento.
Hoy cientos de años después, con sistemas de información más desarrollados, con años de estudio (bien o mal aprovechados, es otro cantar), o con el Gran Hermano Internet en el bolsillo, me planto en el barrio de La Lastra ante el monumento de Los Cuatro Elementos y no llego a descifrar lo que el autor (en este caso autora) ha querido trasmitirnos.
Los Cuatro Elementos: agua, aire, tierra y fuego.
Acompañados por cuatro figuras de la mitología griega: Prometeo, Sísifo, Narciso y Ícaro.
Cuatro elementos y cuatro personajes que en palabras de su creadora aclara el significado de su obra:
“Todos somos Prometeo porque estamos encadenados a la tierra donde tenemos que desarrollar nuestro destino; somos Sísifo porque cada día cargamos con una piedra para llegar a la cima, con nuestro trabajo; somos Narciso, porque en el espejo de la vida nos preguntamos quiénes somos; y también Ícaro, porque continuamente intentamos volar con nuestros sueños.”
Paseo mi mirada por cada uno de los personajes, con el recuerdo de las palabras de Esperanza D´Ors, aún e mi cabeza. Ícaro bate sus alas en el aire, Narciso contempla su bello rostro en el agua, Sísifo arrastra su tierra permanentemente, mientras Prometeo trasporta el fuego robado a los dioses para entregarlo a los hombres.
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