No hay mejor cantera que un castillo abandonado.
O en su defecto un monasterio. Como el de Moreruela, el de San Pedro de Eslonza o el de Santa María de Carracedo.
Afortunadamente para este último, los trabajos de consolidación realizados a finales del siglo pasado sobre los restos que aún sobrevivían de este monasterio, han frenado el deterioro progresivo y permiten hacerse una idea de como fue en sus tiempos gloriosos.
Después de recorrer Las Médulas procedía, aprovechando la proximidad, acercarse hasta el monasterio de Santa María en Carracedo.
Bastantes años han pasado desde que hicimos nuestra primera visita con aquel pequeño que parecía irradiar magia entre sus manos cuando le sacamos una foto ante el monasterio.
Esa fotografía no deja de ser una mirada parada en el tiempo, desde la que nos observa con ojos evocadores de un recuerdo pasado, de un tiempo que se une al presente por un delgado e invisible hilo, del que tiramos hasta sacar viejas imágenes de personas que ya son tan ajenas como fantasmas.
Santa María nos recibe con la soledad de una tarde de invierno y nos invita a recorrer sus dependencias con la tranquilidad de ser sus únicos visitantes.
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