La impresionante pirámide cimera del Cueto Ancino desde el cruce a Valdeteja. |
30/03/2021
Es difícil resistirse a volver al Cueto Ancino.
A orillas del río Curueño y en mitad del cogollo de cimas que formar las Hoces de Valdeteja, el Cueto Ancino (también llamado Pico Huevo y K2 Leonés) alza sus agrestes líneas hasta la discreta altura de los 1.783 metros de altura, siendo un excelente mirador hacia las cimas del Valdorria, Peña Verde, Bodón y Prado Llano.
El Pico Huevo sería la imagen de montaña agresiva que los visitantes del antiguo balneario de Nocedo verían durante sus paseos después de tomar sus aguas medicinales y la montaña a cuya sombra duermen las majadas del Caserío.
Sobrepaso Nocedo de Curueño y busco el cruce (a la derecha) donde sale el camino que une el valle del Curueño con Oville.
Aparco, cruzo el río que a pesar de las nevadas ya baja muy mermado de aguas, y comienzo a andar por la vieja calzada romana hacia el Ancino.
Un pequeño puente, que salva las aguas del arroyo Valdenuciello, es el punto que me indica que tengo que dejar la comodidad del terreno horizontal y lanzarme a la verticalidad. Algo más de seiscientos metros de subida sin tregua, siguiendo algunos hitos, que me ayudan a encontrar el camino más cómodo, hasta el punto donde la pared forma una cárcava y donde se encuentra la vira que me lleva hacia la izquierda y me coloca en la canal final de subida.
Un último esfuerzo y alcanzo la cima.
Una cima desnuda. Con un montón de piedras, donde antes había una maltrecha cruz, que señala el punto más alto de esta emblemática cumbre.
El Bodón cierra las Hoces por el norte y la Peña Morquera por el sur, mientras el Valdorria y la Verde la protegen por uno de sus flancos y por el otro Prado Llano.
Y a sus pies, 700 metros más abajo, las majadas del Caserío.
Por la ladera contraria (la norte), siguiendo un camino marcado por el paso de cientos de botas, busco la canal por la que he de descender hacia el Hayedo, donde me aguarda la sorpresa de sus tejos.
Y por un bosque desnudo de hojas, voy trazando mi camino en busca del que me lleve hasta las majadas.
Un puente me devuelve a la carretera por la que marcho entre las Hoces hasta el Puente del Ahorcado que me permite cambiar a la otra orilla del Curueño y caminar siguiendo las huellas que las legiones romanas dejaron por estos lares.
A tramos por un camino armado y otros por la orilla que un menguado Curueño permite el paso, vuelvo hasta el pequeño pontín donde cierro el círculo y donde algo más allá se encuentra mi coche.
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