Cima de Peñacorada
Ruinas del monasterio de San Guillermo
28/02/2020
Iba con la cabeza gacha, como si de pronto se me hubiera llenado de ideas dolorosas y pesara demasiado, cuando accedí a la arista y mi vista se encontró con la llanura castellana, donde sin un resalte que interrumpiera la planicie, el fondo lo ponía únicamente la limitación de mis ojos.
Estaba culminando la ascensión al Peñacorada desde Otero de Valdetuejar, uno de los pueblos situados a orillas del rió Valdetuejar y dentro del denominado "Valle del Hambre".
Acababa de extenderse la luz sobre Otero cuando aparco el coche junto a su iglesia. No había prisa, tenía suficientes horas de luz para disfrutar del camino que corre paralelo al arroyo de Valdelís y de toda la ascensión al Peñacorada. Salgo del pueblo por un puente que cruza el arroyo Tuejar y entro en el camino que irá perdiendo fuerza hasta convertirse un minúsculo sendero en las estribaciones del pegote rocoso donde se situó el monasterio de San Guillermo. El monje y eremita Guillermo busco la soledad en la ladera norte del Peñacorada, aprovechando las aguas del recién nacido Valdelís y con el tiempo y la ayuda de otros monjes, fundaría el monasterio de Santa María de Valles de Peñacorada que con posterioridad pasaría a llamarse monasterio de San Guillermo.
Busqué un hueco entre las cagadas de vaca y me senté apoyando la espalda sobre los muros del monasterio. El camino por el que había ascendido quedaba oculto entre el inmenso robledal que se extendía por todo el valle y del que solo sobresalían las cimas nevadas del Espigüete. La misma soledad y el mismo silencio, que disfrutaría el propio Gullermo hace más de 700 años, hizo que mi imaginación se convirtiera en una canoa sin piloto que cabeceaba alocadamente por rápidos inexistentes, hasta que me di cuenta del inexorable paso del tiempo que me obligaba a levantarte y afrontar, a las bravas, los 500 metros de desnivel que me restaban hasta la cima.
Evitar la cotoya, sortear los resaltes rocosos y las placas de hielo. Buscar en el último tramo la arista y resoplar ante la larga cuesta, hace que cuando llegue a esta, lo haga con la cabeza gacha. El monasterio de San Guillermo ha quedado abajo, muy abajo. Ahora encuentro al frente la planicie castellana y a mis espaldas un abanico de cimas que se extienden desde las Ubiñas hasta las palentinas.
Apetecería quedarse en la cima para disfrutar de la vista, pero un viento impertinente la convierte en un lugar inhóspito y desagradable, por lo que al poco parto hacia el resguardo del valle.
Siguiendo la arista este, evitando los resaltes, hacia el collado donde termina (o comienza) el camino de Otero, que entre un bosque de robles me conducirá de vuelta al punto donde he dejado mi coche.
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Renedo de Valdetuejar y Peñacorada el faro que hoy guiará mis pasos.
Iglesia de Otero de Valdetuejar.
Las casas de Otero están en su mayoría cerradas (como las de casi todos los pueblos) a la espera del verano que traerá de nuevo a sus vecinos.
Mi camino
El Peñacorada.
Las aguas del arroyo Valdelís corren con alegría.
El sendero se difumina en el último tramo y es preciso ir saltando el arroyo en busca del camino más cómodo.
La ladera norte del Peñacorada y el espolón rocoso en cuya base se encuentran las ruinas del monasterio de San Guillermo.
Vista atrás: un mar de robledal y las palentinas cerrando el cuadro.
Destacando el Murcia y el Espigüete.
Con más detalle el Espigüete.
Las ruinas del monasterio de San Guillermo.
Muros tan anchos como la envergadura de un águila.
Panorámica.
La llanura castellana.
Lo que resta a cima.
La nieve es continua, con consistencia de hielo.
El Espigüete y el Curavacas.
Las lagunas artificiales de San Martín de Valdetuejar.
Cima de Peñacorada.
Unos montañeros que ascienden desde Robledo de la Guzpeña.
El Peñacorada por la arista este.
Hacia el collado despejado, donde comienza el camino de Otero.
Otero de Valdetuejar.
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