Al Feliciano pasando por la Muezca, los Amargones y el valle del Palomar

El Valle del Palomar desde la inmediaciones de la cima del Amargones.
23/03/2019

La luz ha despertado a los árboles más madrugadores. Los frutales en flor a la salida del pueblo me recuerdan, por si aún no lo sabía, que ya estamos en primavera.

Entro en La Pola de Gordón camino de Los Barrios de Gordón. En el Barrio de Arriba, pasando por estrechas y empinadas calle, llego hasta el final de la carretera donde aparco.

En ese punto comienza la pista que llega hasta el lugar donde se asentaban las Majadas de Santa Cruz y donde hoy, sin apenas restos, solo pacen los caballos.

Me gusta volver a este apartado grupo de montañas comprendidas entre las cuencas del Bernesga y el Luna. Montañas de altura modesta que atesoran grandes extensiones de valles. Como al que hoy de dirijo, el valle del Palomar, situado a caballo entre los Amargones y el Pico Feliciano. Un valle de altura, por encima de los 1.600 metros, encerrado por montañas y con una marcha de aproximación sino muy larga, con distancia suficiente para quedar cansado al final de la jornada (Mi GPS marco algo más de 17 km al final del recorrido y unos 1130 metros de desnivel acumulado poco antes de que por error le diera a la tecla de borrar).

No continuo por la pista hacia el collado, prefiero izarme por las altivas peñas que hay a mi izquierda y ganar la cuerda que me lleva hasta la Peña de la Muezca.

Con un gran tinglado de casamatas, trincheras, cruces y hitos, la Peña de la Muezca es una gran acumulación de bloques de cuarcita, que hace complicado su caminar y que ofrece excelentes vistas hacia las montañas a las que caminaremos.

La Peña del Altico y los Amargones se ganan con facilidad, cuando ya nos acostumbremos a caminar por la cuarcita.

Es en la cumbre de los Amargones cuando tenemos vistas hacia al valle del Palomar, el valle que me había propuesto recorrer hoy. Aún con restos de nieve, el valle hoy no reverdece como esperaba. La hierba quemada del invierno le trasfiere un color de reseco y apagado. Aún así, el lugar encandila por lo cercano a la capital y a su vez por la sensación de soledad y de lugar apartado.

La cima del Feliciano llama a ser ascendida para poder ver los puertos de Meleros, y el embalse de Casares en la lejanía.

Sería más interesante salir por alguna de las hoces que fracturan la línea de montes y da paso al valle del río Casares. Pero tengo que volver donde dejé mi coche. Y lo hago por la vallada que al sur del Feliciano me conduce hasta el lugar donde se asentaron las majadas de Santa Cruz y algo más allá empalman con la pista que dejé esta mañana.


La pista por la que va hacia El Collado, pero yo la abandono en un cruce al la izquierda para tomar el camino que se perfila a media ladera y que conduce a la entrada de una cueva. 
A mi espalda la silueta de el Cueto San Mateo

He alcanzado la arista. Las vista se vuelven más amplias.
Las Tres Marías.

Lo que resta hacia la Muezca (es el monte de la izquierda)
Cima de la Peña la Muezca.
Desde el interior de refugio podemos ver la cima del Pico de Santiago.

Mirando hacia las montañas de Ubiña.
Y la línea de cumbres hasta los Amargones.

Por el alto de la Peña del Altico.
Pico de Santiago y el valle que conduce a Santiago de las Viñas.
Cima de los Amargones.
Panorámica.
Otra panorámica.
Otra más.
El Valle del Palomar.
El ganado aún no ha subido a esta vega. El valle presenta un aspecto más de otoño que de primavera.

Hacia el Feliciano.
Buzón de cima del Feliciano,
Montañas vecinas: Montes Tijera, el Pedroso, los Palancos.
Y a mi espalda los Amargones.



Camino a Los Barrios de Gordón.

A medio camino me tropiezo en una barranquera con el final de un hayedo y entre sus ramas sin hojas, vislumbro una copa de un tejo.

Desciendo y me encuentro con un pequeño rodal de Tejos.

Atrás quedan las cimas del Feliciano y de los Palancos.
Y al frente un Cueto San Mateo con una luz más apropiada.

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