Ermitorio rupestre de San Vicente
16/09/2018
Impresionante el cúmulo de posibles que atesora la montaña palentina.
Sin hablar de sus emblemáticas montañas, Palencia detenta, entre Cervera de Pisuerga y Aguilar de Campoo, tal número de iglesias románicas que la popular frase del monje y cronista de la Edad Media Rodulfus Glaber, "El mundo sacudió su vetustez para ceñirse con frescura un manto de santuarios blancos", podría haberse inspirado en esta zona.
En Aguilar, en Cervera, en el centro de cualquier pueblo, a orillas del embalse sin población cercana (ya que fue engullida por las aguas del embalse), o en algún montículo, estas pequeñas joyas del románico delatan la importancia que tuvieron estas tierras en el primer arte universal.
Pero hoy nuestros pasos no caminan hacia el románico, hoy nos acercamos a la confluencia de los ríos Pisuerga y Rivera en busca de una antigua necrópolis que con anterioridad fue lugar de recogimiento de un ermitaño. A quinientos metros escasos al sur de Cervera de Pisuerga y cercano a la poblacion de Vado, aparece de imprevisto, entre una frondosa vegetación el Ermitorio rupestre de San Vicente.
Pocas referencias en la red de esta construcción con forma de campana, con varios orificios de entrada y ahuecada en su interior, que parece fue ocupada en su origen por una de aquellas personas que durante la dominación musulmana permanecieron en territorio ocupado continuando con su actividad y practicando su religión. Llegado un momento, estas gentes por presiones de los ocupantes, deciden abandonar sus hogares y partir hacia el norte, a la conquista de las tierras deshabitadas.
Sabemos que los mozárabes (como se les denominaban) crearon un estilo propio (el arte mozárabe, que con posterioridad pasaría a llamarse arte de repoblación). Y lo sabemos, porque relativamente cercano a León disponemos de dos joyas de este estilo: San Miguel de Escalada y Peñalba de Santiago. Pero desconocía que durante esa periodo, los eremitas mozárabes fueron buscando lugares donde apartarse a meditar y orar.
Buenos ratos pasaría el ermitaño en este lugar escuchando el rumor de las aguas del río Rivera, entre una vegetación que se presupone sería abundante.
Despejado de ermitaño, la cúpula rocosa pasaría a tener otra finalidad como santuario y por lo que se aprecia por el gran número de tumbas con formas antropomórficas que existen a su alrededor, como necrópolis.
Vivimos en un país cargado de monumentos. Tal es el numero que no es posible dedicarles tiempo y recursos en su medida a todos. El Ermitorio de San Vicente ha sido restaurado, sellando con grava las tumbas y cerrando alguna abertura de la cúpula rocosa, para que no continúe su proceso de erosión. Pero los alrededores, así como su escasa señalización aparenta que se le presta poca atención.
Finalizamos la tarde, con una luz que ya comienza a proyectar largas sombras. Sorpresa en la cara de todos los componentes ante este pequeño monumento que trasmite paz y reposo.
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