Bosque de Hormas - Montaña de Riaño


8/06/2019
Dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros.

Aquella ardilla que recorría la Hispania de punta a punta, saltando de la rama de un árbol a otro, hoy podría volver a emprender camino en ciertas reservas de nuestro patrimonio natural que han mantenido un alto valor ecológico al permanecer inalteradas por la acción humana y que sirve de refugio a especies animales que han visto reducido sus espacios como son los osos y urogallos.

Hoy, junto con los miembros del grupo Trotando (y con el consabido permiso expedido por la consejería pertinente), nos internamos por las sombrías laderas del Bosque de Hormas.

Bosque con mayúscula. Por su extensión, por la diversidad de árboles, por el tamaño de algunos de sus ejemplares, por las praderías de montaña y por la cantidad de fuentes y manantiales que reparte el agua acumulada en las cimas por toda su extensión y permiten que el bosque se desarrolle en su plenitud.

Los caminos próximos al cementerio de Riaño (de donde partimos) son amplias pistas utilizadas por los ganaderos y que a nosotros nos llevan por el valle de Hormas hasta el refugio de la Salsa y a la pradería del mismo nombre.

Nuestra ardilla tendría que bordearla y no podría sentarse en el medio de la pradera, rodeado de miles de gamones, y disfrutar del momento.

Salsa es el hall de entrada al mundo de la penumbra que encontramos en la cúpula arborescente formada por hayas, robles, serbales, mostajos y abedules que se mezclan sin orden ni control y que nos obligan a zigzaguear en todo momento mientras ascendemos en busca de la avenida de los grandes robles. Especímenes que han sobrevivido a incendios, sequías e incluso al hacha y ahora nos muestran su personalidad en forma de giros sobre su propio tronco.

Con la altura el bosque va perdiendo fuerza. No así los arroyos, como el que cruza las praderías de Prado Rey, punto final de nuestra ruta.

Un final de película, con unas increíbles vistas hacia las cercanas montañas de Riaño: Yordas, Llerenes, Las Pintas...

Volvemos por nuestros pasos, fijándonos nuevamente en los grandes robles que permanecerán impasibles invierno tras invierno, verano tras verano, esperando el paso de otra intrépida ardilla que utilice sus viejas ramas para desplazarse de reserva en reserva.

Si!!!! los fugaces somos nosotros.





































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